Una nueva hipótesis indica que pescados y mariscos y en concreto uno de sus componentes, el ácido docosahexaenoico (DHA), han jugado un papel esencial en la evolución de la inteligencia humana. La creación de una nueva base de datos del registro fósil ha sido analizada para demostrar que se produjo un punto de inflexión en la evolución humana coincidiendo con la inclusión de pescados y mariscos en la dieta. Utilizando los valores de isótopos estables del colágeno óseo de restos humanos, es posible estimar la proporción de proteína obtenida de especies acuáticas en comparación con las fuentes terrestres en los 10 años anteriores a la muerte. Además, con los isótopos se puede distinguir entre proteínas de especies de agua dulce salada.
Parece ser que los neandertales comían principalmente proteínas de la carne roja de lobos, hienas y grandes felinos. No hubo evidencia de especies de aguas marinas o dulces en el colágeno de los huesos. En contraste, el consumo de productos del mar era un "elemento básico" de la dieta de los primeros humanos modernos (de mitad de período paleolítico superior). Dependiendo de las fuentes geográficas, entre el 10-50% de la dieta de los primeros humanos modernos era pescado o marisco.
Curiosamente, la explotación de los alimentos de origen acuático y marino coincidió con un enriquecimiento cultural: materiales, ornamentación personal, decoración de los entierros, figuritas de cerámica y textiles anudadas por ejemplo. La hipótesis sugiere la vinculación de la dieta con el tamaño del cerebro, en concreto, la inclusión de productos del mar con la expansión de la materia gris en la corteza cerebral. Más de 3 millones de años de evolución tuvieron poco efecto sobre la capacidad del cerebro de los australopitecos y sin embargo, la capacidad del cerebro se duplicó en los millones de años entre el Homo erectus y el Homo sapiens . La tasa de crecimiento fue exponencial en los últimos 200.000 años.
El Homo sapiens se caracteriza por un tamaño del cerebro desproporcionadamente grande en proporción con el cuerpo. En todas las especies terrestres de mamíferos estudiadas, el tamaño del cerebro disminuye logarítmicamente con el aumento de tamaño del cuerpo.
Quizás la teoría más extendida de la evolución explica el crecimiento de la inteligencia humana es una interacción entre la fabricación de herramientas, desarrollo del lenguaje y la expansión del cerebro. Sin embargo, algunos estudios sostienen que la expansión del cerebro pudo ser debida al descubrimiento de una fuente de alimentos de alta calidad como el pescado.
Dentro de los ácidos grasos, el ácido araquidónico (AA) (omega-6) se encuentra en la carne de la carne roja magra el pollo, yemas de huevo y la leche humana mientras que el DHA (omega-3) se encuentra mayoritariamente en el pescado.
Los seres humanos han evolucionado a consumir cantidades aproximadamente iguales de la dieta de DHA y AA. Durante el siglo XX, este equilibrio ha cambiado dramáticamente en favor de los ácidos grasos omega-6. Las revoluciones agrícolas e industriales y las invenciones tales como la sembradora han conducido a un aumento enorme en la disponibilidad de los ácidos grasos de aceites de semillas, ricas en un ácido graso omega-6, el ácido linoleico. La domesticación del ganado y aves de corral, se tradujo en un cambio en la alimentación del ganado de una dieta vegetariana rica en omega-3 a una dieta de semillas con altas cantidades de omega-6. Como consecuencia, el ácido araquidónico es el predominante de los ácidos grasos poliinsaturados en la carne de las culturas occidentales, mientras que DHA y AA están representados casi por igual en la carne de animales criados en sistemas extensivos (sólo pasto).
Durante la década de 1960 la "epidemia" de la enfermedad coronaria se atribuyó a un mayor consumo de ácidos grasos saturados. Las campañas de salud pública en los países occidentales, promulgaban la reducción de grasas saturadas (ácidos grasos saturados) y aumento de los ácidos grasos poliinsaturados. El aumento de la ingesta de grasas saturadas y trans no sólo desplaza la ingesta de ácidos grasos esenciales, sino que también bloquea su biosíntesis. Debido a que los ácidos n-3 y n-6 grasos compiten entre sí por las mismas enzimas, si un exceso de ácidos grasos omega-6 domina la enzima, se está inhibiendo la síntesis de los ácidos grasos omega-3.
En términos evolutivos, el último siglo es un período increíblemente corto de tiempo. Durante este tiempo, el cambio drástico en la ingesta de grasas en la dieta se corresponde con el surgimiento enfermedades del corazón y trastornos neurológicos. El factor subyacente puede ser una proporción no adecuada de DHA en los fosfolípidos de las membranas celularees, impulsado en gran medida por el consumo excesivo de ácidos grasos omega-6 procedentes de carnes alimentadas con grano.
La investigación emergente sobre el papel de el DHA en la prevención de los trastornos neuropsiquiátricos como la adaptación al estrés, la psicosis y los trastornos afectivos es prometedora.
El DHA es un nutriente único que debe ser consumido regularmente, en forma de pescado azul, aceite de pescado o suplementos de algas. Impulsados por la demanda del consumidor, ya pesar de los costes de producción adicionales, los procesadores modernos de alimentos producen cada vez más productos enriqeucidos con omega-3 o DHA, especialmente la leche, el pan y los huevos con DHA o aceite de las algas y peces. Los animales domésticos están siendo alimentandos con aceites de algas ricos en DHA, para enriquecer en ácidos grasos poliinsaturados las carnes rojas y huevos. El consumo de leche enriquecida con DHA se asocia con efectos beneficiosos para la salud comparables con el consumo de pescado directo, tales como la reducción del colesterol LDL y los triglicéridos en suero.
Parece que los consumidores occidentales y los organismos de salud son cada vez más conscientes de los beneficios potenciales que ofrece el restablecimiento de este nutriente antiguo como un elemento básico nutricional para la optimización de la salud física y mental y el bienestar.
